jueves, 10 de abril de 2014

EL AMOR...




Los antiguos griegos representaron al dios Eros como un niño ciego, sordo, caprichoso y carente de piedad hasta con su propia madre.

Caprichoso porque ama tan pronto como deja de amar. Ciego porque cuanto más viva es una pasión, más lejos nos encontramos del pensamiento reflexivo.
Hesíodo juzgó a Eros como el más bello entre los dioses inmortales porque relaja los miembros y somete en el pecho al corazón.  
Desde la concepción occidental las flechas de EROS fulminan en forma instantánea como un relámpago (caer enamorado), provocado por un agente externo (cupido), por ello en la mitología griega aparece como una pasión, como una alteración del ánima (alma),  tan irracional como la ira, la envidia, la alegría o el odio.

Se anuda amor y sufrimiento valorándolo como un signo de virtud y heroísmo.
Otra idea heredada es el mito griego del Andrógino, antecedente de la media naranja, y remite a un único amor en la vida que me complete (alma gemela).
Se relaciona con el flechazo que enamora a primera vista por una primera intuición relacionada a lo físico.
El flechazo hipnotiza, fascina, se cae enamorado. En la mitología griega no hay amores que surjan de otra manera.
Como toda intuición el flechazo es falible y supone altas dosis de idealización. el amor también puede tener otras formas, ser a fuego lento: conocer, compartir, aceptación del otro tal cual es, etc.
Spinoza supone al amor como presencia-accion y no presupone el sufrimiento de nadie y reconoce que toda pasión es perecedera.
En cambio la concepción platónica del deseo como ausencia también contribuyó a que Occidente generara una idea sobre el amor tan estrechamente asociada al sufrimiento. No hace falta haber leído a Platón para suscribir esta teoría que está presente en el sentido común, en las páginas de filósofos como Schopenhauer o Sartre, y en la bibliografía psicoanalítica.
Esta concepción es expuesta por Platón en el Banquete e identifica al amor con el deseo. Sólo podemos desear aquello de lo que carecemos, afirma Sócrates, y si deseamos lo que tenemos es exclusivamente por miedo a perderlo.
En base a esta idea muchos han creído que la insatisfacción es un mandato fatal que signa a la condición humana. Sería imposible disfrutar de lo que se posee, ya que cuando algo bueno se nos brinda, empezaríamos a aburrirnos a paso firme.
Si la persona que nos gusta corresponde a nuestro amor, ya no nos resultaría pues tan deseable. Extrañamos a la persona que amamos pero cuando la vemos la intensidad de nuestro amor disminuye.
Deseamos más su ausencia que su presencia. De allí que esta idea platónica sea conocida como la concepción del deseo como ausencia.

Fragmento de Artes del buen vivir, Kreimer.
Revisado por Lic. Carlos Tryskier
 www.psicarlostryskier.com.ar

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