sábado, 4 de junio de 2016

JUEGO Y NEUROCIENCIAS. Parte 1



“Sólo cuando entendamos la naturaleza del juego podremos entender cómo mejorar el destino de las sociedades humanas en un mundo mutuamente dependiente, el futuro de nuestra especie, y quizás incluso el mismo destino de la biósfera” G.M. Burghardt.

“El fenómeno lúdico y el desarrollo cerebral”
El juego es un mecanismo básico para mantener la supervivencia, porque crea un estado emocionalmente positivo, donde se está cómodo y se disfruta de estar vivo en el entorno inmediato.
Al jugar los niños reubican sus mundos para hacerlos más comprensibles, menos aterradores a veces; esto les permite crear un sitio seguro en el que se pueden experimentar emociones sin las consecuencias que podrían tener en el mundo “real”. Si bien el juego es principalmente una conducta y un fin en sí mismo, por el placer y la alegría de poder hacerlo, también es más que eso, es esencial para la salud y el bienestar de los seres humanos.
El juego estimula y propicia escenarios y oportunidades para que los niños alcancen la plena realización de sus potencialidades favoreciendo un sano desarrollo de su cerebro.
Dicho desarrollo si bien continua a lo largo de toda la vida, a medida que la experiencia va acumulando recuerdos y aprendizajes, modelando, de esta manera, las estructuras y funciones del cerebro (neuroplasticidad y modelado de redes hebbianas); es incomparablemente mayor en esta etapa respecto a momentos sucesivos. Los primeros años de vida de un niño comprenden un período muy importante en el crecimiento y desarrollo cerebral.
El juego puede servir para dar forma e integrar estructuras neurales de la motivación, la percepción y la emoción de un modo que ofrezca una mejor oportunidad de supervivencia. En términos neurales, genera posibilidades de sentir, actuar y pensar en formas no lineales, manteniendo la plasticidad y la apertura a la interacción con el entorno, en lugar de respuestas estereotipadas.
“El cerebro no sólo da forma al juego… el juego también modela al cerebro”
El juego ofrece la oportunidad de desarrollar y probar un abanico de respuestas sin consecuencias serias, parodiar emociones primarias mediante el elemento “como sí” (“como si” las emociones que se presentan en el juego fueran reales) pero sin las consecuencias reales. Estas experiencias contribuyen a dar forma a la geografía neural, mejorando sistemas neuronales vinculados con lo emocional y con los aprendizajes.
La manifestación de emociones positivas aumentan la experiencias compartidas de felicidad, amplían las interacciones y mediante la risa se activan las regiones de placer del cerebro y produce estados positivos en aquellos que ríen, al mismo tiempo que despierta emociones positivas en aquellos que observan (Neuronas en espejo).
Hoy se sabe el papel central que tienen las emociones en la toma de decisiones y en nuestras acciones, por lo que haber disfrutado de variadas situaciones lúdicas sustentará mejor nuestra flexibilidad emocional.
Vogt sugiere que un niño debe jugar entre 7 y 9 horas por día, si bien se sabe que esto es muy difícil de poder lograr, el Jardín Maternal o Jardín de Infantes podría garantizar más o menos la mitad. Y luego, en los momentos en que el niño está descansando físicamente y que no se dedica evidentemente con su mente a otra tarea, su cerebro sin embargo seguirá permaneciendo intensamente activo. Estos estados de reposo son muy importantes para el normal desarrollo de las estructuras cerebrales. También el sueño desempeña un papel decisivo en el aprendizaje y la memoria; ya que en los momentos de sueño el cuerpo repone energías y el cerebro reprocesa las experiencias acumuladas durante las horas de vigilia, favoreciendo la consolidación de conocimientos dentro de la memoria a largo plazo.

                                              “Jugar es hacer” y “Crear es también hacer” 

Revisado por el Lic.Carlos Tryskier
 www.psicarlostryskier.com.ar

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