La creatividad es la habilidad
que nos permite hallar nuevas y mejores formas de hacer las cosas y de resolver
los problemas que nos plantea la vida día a día.
En los espacios y tiempos de
juego es donde crece y se desarrolla esta creatividad. Para crear hay que poder
jugar mucho, y con diversos objetos que el niño pueda desarmar y volver a
armar, articular, asociarlos con los conocidos pensando en los no conocidos,
imaginándolos, moviéndolos, comparándolos, midiéndolos, pensando, sintiendo,
desentramando sus materiales, sus orígenes, enunciando sobres ellos,
explicando, definiendo, conceptualizando, relacionándolos…
Las tareas lúdicas
generan ideas, estimulan el pensamiento de los niños.
Toda tarea lúdica incluye
desafíos mentales, compartir ideas, especular, emocionarse con lo que se
descubre, profundizar en sus sentidos y sentimientos, lograr un mejor conocimiento
de uno mismo, y tomar conciencia de que los demás existen, actúan, sienten de
manera idéntica o de manera diferente a uno mismo. Si todo esto se da en un
ambiente seguro, ordenado y tranquilo el cerebro emocional no detecta ninguna
amenaza en el medio ambiente y se puede contar a pleno con los lóbulos
prefrontales y la atención ejecutiva.
El juego favorece la expresión
verbal, gestual, desarrolla las capacidades de observación, de reflexión, de
imaginación. A través del mismo, el niño se expresa y se comunica, explora,
despliega su interioridad de manera creativa e imaginaria, desarrollando su
personalidad, canalizando emociones, sentimientos y necesidades; resolviendo
conflictos.
Pellis dice que jugar con otros
requiere constantemente un cuidado, una lectura y un saber diferenciar las
intenciones de los otros para así ajustar el propio comportamiento. Estos
componentes interrelacionados mejoran el repertorio de habilidades sociales,
emocionales y cognitivas del niño.
El valor del juego para el aprendizaje
(entendido como cambio a través de la experiencia – cualquier variación en las
conexiones sinápticas que produzcan cambios en el pensamiento y comportamiento)
reside en la propiedad fundamental de la calibración de las emociones.
El
placer de jugar desarrolla una disposición a buscar nuevas experiencias, a
pensar y a actuar de forma diferente. Las experiencias que se obtengan de esto
pasaran a funciones sociales o cognitivas más específicas. Mediante el juego,
los niños se sitúan a sí mismos en un mejor estado de interacción
mente-cuerpo-entorno (MA), ciertamente más que si no hubiera juego.
Los escenarios lúdicos, espacios
seguros y enriquecidos para la enseñanza, con estímulos novedosos y atractivos,
generan en los niños dopamina, serotonina y noradrenalina, los pilares de una
vida feliz y trascendente.
Revisado por el Lic. Tryskier sobre una nota de
FENIX Equipo Lúdico-Pedagógico
www.psicarlostryskier.com.ar
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